Vida consagrada: Despertaral mundo
Por D. Julián Barrio / Febrero 2015
En este año dedicado a la Vida Consagrada, la celebración de la Fiesta de la Presentación del Señor cobra un significado muy especial. Es en la contemplación de Jesús que es “luz para alumbrar a las naciones” donde los miembros de la Vida Consagrada han de realizar su trabajo y su misión en el seguimiento de su específico carisma. En la Carta Pastoral con ocasión de esta fiesta litúrgica, ya he señalado que es “necesario apoyarse en los criterios del Evangelio, en el carisma de vuestro Fundador o Fundadora, bajo la guía del Espíritu y de la compañía de la Iglesia, posibilitando que los carismas recuperen su libertad para descubrir la verdad amorosa de vuestra consagración”.
La vida consagrada no es una “fuga mundi”. Más bien todo lo contrario. Es un compromiso fuerte y esencial para trabajar por el mundo desde el silencio, el recogimiento, la oración y la contemplación. Los hombres y mujeres de la vida consagrada son auténticos peregrinos llamados a transformar el mundo desde su propio carisma. Y en ese peregrinar “espiritual la referencia es Cristo, Palabra del Padre, tesoro escondido, por quien merece la pena venderlo todo para adherirse plenamente a Él”.
Es así como la vida de los consagrados en el camino de la historia se “abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios”. La Presentación del Señor en el templo es una verdadera epifanía: es el regalo que Dios hace a su pueblo para que éste no camine nunca en tinieblas o en sombras de muerte, para guiar sus pasos por el camino de la paz.
Sí, “el signo de la vida consagrada es ir contracorriente en el mundo”, precisamente para despertar al mundo, con su testimonio de entrega y adoración, del adormilamiento que le impide ver en Cristo nuestra salvación a través del tiempo y de la historia. La vida religiosa “se ve condicionada por la realidad de la historia, pero también se ve alentada por la creatividad del Espíritu que alimenta los carismas de la Iglesia y cuya actuación es siempre sorprendente e imprevisible”.
La vocación de los hombres y mujeres de la vida consagrada es un testimonio de esperanza para una sociedad que corre el riesgo de la indiferencia o el olvido del hecho religioso. “Los religiosos”, ha dicho el papa Francisco, “deben ser hombres y mujeres capaces de despertar el mundo”. Desde el silencio y la contemplación, desde la oración y la entrega, la vida consagrada es eco sonoro de la Palabra de Dios que es Cristo.
Barca de Santiago Nº 21 / Febrero 2015
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