Consagrados para la Misión en el Año de la Vida Consagrada

Publicado por OMP España
7/30/2015

Lourdes Grosso, directora del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ofrece una reflexión pastoral para el DOMUND 2015

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Año de la Vida Consagrada, religiosos misioneros


Hace años, un programa de televisión presentaba la vida de una comunidad religiosa en una tierra de misión. El reportaje era fabuloso, y es fácil imaginarlo: un paisaje impresionante que dibujaba siluetas montañosas en un cielo azul brillante, la vegetación espléndida de una zona tropical y, casi confundidas con la tierra ocre y rojiza, pequeñas chozas con techo de paja. Mucha luz, mucho color, mucha vida, niños con sus jóvenes madres, ancianos atendidos en un dispensario y, en la misa, junto al pan y el vino, las ofrendas de la recolección apenas terminada. Y en medio de todos, compartiendo la vida, sirviendo, llevando la presencia del Señor en la eucaristía y cuidándola en el hermano, allí estaban ellos, los consagrados y las consagradas. El entrevistador les preguntaba por todos los detalles de la misión: cómo lograban ayudar en sus necesidades básicas a estas comunidades indígenas, si conseguían escolarizar a los niños, qué enfermedades detectaban y cómo las atendían...; preguntas y más preguntas, que describen el bien de cada día en la misión. Pero no fue esto lo que me impactó, porque estamos acostumbrados a ver la inmensa labor misionera que desarrolla la vida consagrada... Se me quedaron grabadas en el corazón las palabras de uno de los misioneros entrevistados: “Todos nos admiran por lo que hacemos, pero nadie se pregunta por Quién lo hacemos”.

Por Quién lo hacemos

Sí, no se trata tanto del cómo o del por qué, sino del por Quién lo hacemos. Esta es la pregunta fundamental, la que posee la clave de lectura de tantas vidas silenciosamente heroicas, felizmente entregadas en los rincones más lejanos y en las situaciones más variadas. La misión de los consagrados está enraizada en el amor a Jesucristo, en su seguimiento. Así lo ha señalado el papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año: “El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras Él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter”.

religiosas misioneras en el año de la vida consagradaLa misión de evangelizar como lo hizo Cristo significa participar en su obra redentora, ayudar a cada persona a descubrir su inmensa dignidad, “todo lo bueno que se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres”, señalaba el Concilio Vaticano II (Ad gentes, 9). Desde los inicios, la Iglesia ha tenido conciencia misionera como continuación de la misión de Jesús y siguiendo su mandato; y, “a imagen de Jesús, el Hijo predilecto «a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo» (Jn 10,36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión” (Vita consecrata, 72). Somos conscientes de la urgencia evangelizadora. “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (Evangelii gaudium, 24).

Sabemos por Quién lo hacemos. El amor a nuestro Padre Celestial, en el seguimiento de Cristo, por la gracia del Espíritu Santo, es causa y motor de la vida consagrada y su misión evangelizadora. Por ello la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata afirma que “la búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante” (n. 75).

Id y anunciad el Evangelio a todas las gentes

La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús, “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). El Señor Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la Tierra. “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gén 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Éx 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Éx 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jer 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Evangelii gaudium, 20).



Las diferentes formas de vida consagrada en la Iglesia, acogen el mandato siempre vigente de predicar el Evangelio en todo tiempo, en toda circunstancia y por todos los lugares; desarrollando con fidelidad creativa los propios carismas y movidos por una nueva imaginación de la caridad, buscan la respuesta evangélica a los nuevos problemas del mundo de hoy, llevando a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales. Esta es una tarea ineludible.

En la Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada, el Papa Francisco formula esta pregunta: “¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada?”; y él mismo responde enviando a los consagrados a salir de sí y anunciar a todos la Buena Nueva: “Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino... [...] Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando” (parte II, n. 4). La misión no es opcional, “está inscrita en el corazón mismo de cada forma de vida consagrada”, afirmaba san Juan Pablo II (Vita consecrata, 25); el consagrado coopera eficazmente a la misión del Señor Jesús en la medida en que vive una vida únicamente entregada al Padre, sostenida por Cristo y animada por el Espíritu.

La exhortación sobre “la vida consagrada y su misión en la iglesia y en el mundo” enmarca en el servicio de la caridad la misión ad gentes (cf. Vita consecrata, 77-78), pues quien ama a Dios, Padre de todos, ama a sus semejantes, a quienes reconoce como hermanos y hermanas, y no puede permanecer indiferente ante el hecho de que muchos de ellos no hayan recibido aún la noticia del Amor misericordioso. El impulso misionero ad gentes de todo cristiano es vivido con especial sensibilidad por las personas consagradas, quienes precisamente en virtud de su íntima consagración a Dios, están implicadas en una singular colaboración con la actividad misionera de la Iglesia. Esto late en el corazón de todo consagrado, como bien lo expresa el hecho de que el papa Pío XI, en 1927, asociara una monja contemplativa, santa Teresa de Lisieux, a un incansable misionero, san Francisco Javier, ambos Patrones de las Misiones.

Diez claves para la misión ad gentes de la vida consagrada

La vida consagrada tiene la misión de llevar el anuncio del Evangelio a todos los rincones de la Tierra y del corazón de los hombres. Este es testimonio de siempre, desde las antiguas Familias monásticas hasta las más recientes Fundaciones, desde los Institutos de vida activa a los de vida contemplativa. Ello se debe a que “entre la vida consagrada y la misión subsiste un fuerte vínculo”, como afirma el papa Francisco en su Mensaje de este año, del que entresacamos diez claves para la misión:

1. Quien sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera.

2. Jesús crucificado nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero.

3. En el mandato de Jesús “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia.

4. Se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que no ha llegado todavía el Evangelio.

5. Es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto.

6. La misión, ante el reto de respetar las raíces y valores de todos los pueblos, les acompaña en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.

7. Quienes abrazan la vida consagrada misionera escogen seguir a Cristo para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.

8. Las personas consagradas están llamadas a promover y acoger la presencia de los fieles laicos en su deseo de vivir la vocación misionera inherente al bautismo.

9. La Obra misionera del Sucesor de Pedro necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar el vasto horizonte de la evangelización.

10. Jesús ha puesto el amor y la unidad de los discípulos como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).

Finalizamos esta reflexión haciendo nuestras las palabras que el Papa dirige especialmente a los jóvenes en su Mensaje: “No dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo [...], recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro”.

Lourdes Grosso García, Misionera Idente
Directora del Secretariado

de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada