Orden religiosa de los Agustinos en la Nueva España

Nombre oficial: Orden de San Agustín.
Latín: Ordo Fratum Sancti Augustini.
Siglas: O.S.A.
Lema: Una sola alma y un sólo corazón hacia Dios.
Tipo de orden: mendicante.

Iconografía
Libro: San Agustín es un autor canónico; Doctor de la Iglesia: “Doctor de la Gracia”.
Capelo, báculo: San Agustín fue obispo de Hipona.
Corazón: Amor como centro de iluminación, devoción, perdón, felicidad; atravesado por una flecha, profundo arrepentimiento, devoción bajo extrema aflicción; flameante, fervor religioso, dolor.

Por Mercedes Isabel Salomón Salazar

La orden religiosa fue fundada por el papa Inocencio IV en el siglo XIII al unificar comunidades de monjes de la región Toscana -centro de Italia-. Esta comunidad de frailes es distinta a los Canónigos Agustinos (OCRSA) surgida dos siglos antes. Ambas siguen las directrices denominadas Regla de San Agustín, dictadas por el santo obispo de Hipona; la cual rige también a otros institutos religiosos como los dominicos y jerónimos.

Como consecuencia de los descubrimientos terrestres del siglo XV, llevadas a cabo por Portugal y España, surgieron las misiones. Las órdenes mendicantes fueron el instrumento de evangelización de los nativos y, para los frailes agustinos en especial, la obra misionera significó un renacimiento, una segunda primavera en su historia.

Las misiones en Nueva España inician el 22 de mayo de 1533 con la llegada de siete misioneros provenientes de Castilla y Andalucía a San Juan de Ulúa. Les aventajaban los franciscanos con nueve años y seis los dominicos quienes los recibieron y hospedaron. Cuarenta días después, alquilaron una casa en la calle de Tacuba. Como la real cédula que los amparaba les prohibía fundar convento en México, pronto se movilizaron al sur de la ciudad a los barrios de San Miguel y Salto del Agua.

El proyecto evangelizador agustiniano destacó la integridad del indígena en un humanismo cristiano donde la educación de la persona iba de la mano con la formación cristiana. Los agustinos estaban convencidos de que la palabra de Dios fructificaba más con los piadosos ejemplos de su vida que con la fuerza de sus razonamientos. Robert Ricard los llama “verdaderos maestros de civilización” y resalta la confianza que tuvieron en la capacidad espiritual indígena, de tal forma que los iniciaron en la vida contemplativa al admitirlos en su orden.

El aumento de las vocaciones locales fue tal que, a partir de 1577 ya no fue necesario solicitar religiosos de España. Entonces llegaron a tener 46 conventos y 212 agustinos; número que se duplicó al final de la centuria con un total de 76 conventos.

Se consideran fundadores de la iglesia en tierras vírgenes a las que no habían llegado las demás órdenes: al sur, los actuales estados de Morelos, Guerrero y Puebla; al norte, entre los indios otomíes de Hidalgo. El oeste, la región de los tarascos, en Michoacán, fue una de las excursiones evangélicas más notables, donde se erigió la primera casa de estudios de jóvenes religiosos en la Provincia de Nueva España. En 1602 se volvió la sede provincial de San Nicolás Tolentino de Michoacán que se desprendió de la del Santísimo Nombre de Jesús de México.

Los agustinos misionaron en las lenguas nativas y tuvieron que aprender náhuatl, otomí, tarasco, huasteco, pirinda, totonaco, mixteco, chichimeca, tlapaneca y ocuilteca -estas dos últimas sólo fueron comprendidas por frailes agustinos-. Tal necesidad los motivó a confeccionar muy pronto un plan catequístico bien definido y apropiado a las regiones de su actividad apostólica. Además de la fecunda labor de conversión, los agustinos enseñaron a los indígenas agricultura, oficios útiles para la construcción y les enseñaban a leer, escribir, contar y cantar.

Al interior, la orden no fue ajena a la inestabilidad que produjeron, en el siglo XVII, los enfrentamientos entre frailes criollos y peninsulares por la participación en la administración y gobierno de las provincias. Crisis que también se dio en otros institutos religiosos y que la alternancia no solucionó. También compartieron otro problema, las secularizaciones en el siglo XVIII.

El siglo XIX fue un período difícil para las órdenes religiosas con la promulgación de leyes antieclesiásticas como la nacionalización de bienes y la exclaustración en 1859. La actividad de los religiosos se redujo, conservando nueve prioratos y ocho presidencias pero privadas de sus bienes muebles e inmuebles. Al finalizar el siglo, los veintiocho agustinos existentes sobrevivieron trabajando en iglesias del clero secular.

Las fundaciones agustinas más numerosas e importantes se llevaron a cabo en el siglo XVI y fueron construcciones grandiosas. Los conventos que sobresalieron por sus bibliotecas fueron Tiripetío, Tacámbaro, México, Puebla y los colegios de Guadalajara, Yuriria y el célebre San Pablo.

El religioso agustino más connotado es fray Alonso de la Veracruz (1509-1584). Concluidos los estudios universitarios, tomó el hábito y se embarcó hacia la Nueva España donde gozó de gran reputación intelectual. Fue impulsor del colegio de Tiripetío, donde tuvo a su cargo las cátedras de teología y filosofía. En 1553, participó en la apertura de la Real y Pontificia Universidad de México donde enseñó escritura sagrada, teología y, se creó para él, la cátedra de Santo Tomás. Trajo consigo un cargamento de 60 cajas de libros para fundar la biblioteca de Tiripetío que, además, decoró con mapas, globos celestes y terrestres, astrologías, orologías, ballestillas, planisferios y todo tipo de instrumentos para las artes liberales. Otro bibliófilo agustino fue el arzobispo de México y virrey de la Nueva España fray Payo Enríquez de Rivera; no perteneció a ninguna de las dos provincias novohispanas, pero procuró las obras desarrolladas por la orden en la colonia. Tras renunciar a sus cargos, donó sus posesiones al asilo de huérfanos, su biblioteca al Oratorio de San Felipe Neri y volvió a España.


La expansión agustiniana en la Nueva España durante el siglo XVI
Por: Carlos Ernesto Rangel Chávez


La Orden de San Agustín pisó tierra novohispana hacia finales de mayo de 1533, siendo la tercera de las órdenes religiosas en llegar a América. En un primer momento, el deseo de la Corona Española era que los agustinos pasaran a ocupar la provincia de Santa Marta en Centroamérica; sin embargo, el interés de esta orden por asentarse en la Nueva España se intensificó con el intento de fundar un convento en la ciudad de México, aún contra el parecer de la Real Audiencia (Jaramillo Escutia, 2002: 95-96).

Siete serían los frailes de esta primera barcada, a saber: Fr. Francisco de la Cruz, quien estaba a la cabeza; Fr. Jerónimo Jiménez; Fr. Juan de San Román; Fr. Juan de Oseguera; Fr. Jorge de Ávila; Fr. Alonso de Borja y Fr. Agustín de Coruña, quienes pocos días después de desembarcar en Veracruz partieron hacia la ciudad de México, llegando a ésta el 7 de junio siguiente (Jaramillo Escutia, 2002: 96). Cuarenta días pasaron estos primeros agustinos en el convento dominico y desde allí rogaron por la revocación de las cédulas reales donde se les prohibía fundar casa en la capital novohispana. De esta manera lograron que la Real Audiencia resolviera darles un sitio, pero tendrían que esperar la confirmación de su Majestad (Grijalva, 1985: 34-35).

Mientras dicha confirmación llegaba, solicitaron a la Audiencia alguna tierra de indios para comenzar la labor apostólica por la cual habían viajado al Nuevo Mundo; para esto les fueron señaladas las provincias de Tlapa y Chilapa (en el actual estado de Guerrero), las cuales, por ser “ásperas y remotas”, se encontraban todavía sin evangelizar (Grijalva, 1985: 36). Estando prestos a partir, la Audiencia les enteró que en su camino debían llegar primero a Ocuituco (hoy Morelos), donde habrían de administrar los Santos Sacramentos y fundar su primer convento, lo cual cumplieron. En este camino también evangelizaron pueblos como Mixquic y Totolapa, mismos que desde entonces quedarían bajo su administración pastoral (Grijalva, 1985: 36-37).

Ordenada la doctrina en Ocuituco y dejando ministro de planta, los agustinos avanzaron hacia Tlapa y Chilapa, a donde llegaron el 5 de octubre de 1533. Pese a las dificultades iniciales, los frailes se dedicaron a predicar el Evangelio y a poner en “cristiana policía” a aquellos naturales que vivían regados en la sierra, en los montes y en las cuevas, congregándolos en poblaciones organizadas al modo europeo (Grijalva, 1985: 39-42).

Así se empezó a conformar la primera gran misión agustina de América, la cual llegó a componerse por una ruta de fundaciones que conectaban a la capital de la Nueva España con Chilapa y Tlapa, conformando lo que Robert Ricard llama el avance meridional, el cual iba desde México hasta la extremidad oriental del actual estado de Guerrero, conectado por las fundaciones del sur de Morelos y el suroeste de Puebla. Dicha ruta se componía de conventos fundados desde 1533-1534, como Ocuituco, Chilapa y Totolapan, a los que les siguieron en 1535 Yecapixtla y Zacualpan; Tlapa y probablemente Mixquic en 1536; Chiautla en 1550; Tlayacapan en 1554; Jumiltepec y Jonacatepec en 1557; Jantetelco en 1565; Chietla, cedido por los franciscanos, en 1566; y Atlatlauhca en 1569 (Ricard, 2010: 152-153; Rubial García, 1989: Apéndices, Cuadro XII).

Al tiempo de que los primeros frailes iniciaron su labor en la ruta hacia Tlapa y Chilapa, cerca de la capital novohispana también se comenzaba a consolidar su presencia, pues Fr. Alonso de Borja quedaría como encargado de administrar el hospital-pueblo de Santa Fe, recién fundado por el Oidor de la Real Audiencia –y más tarde primer obispo de Michoacán–, Don Vasco de Quiroga, quien buscó la colaboración de los religiosos agustinos (Grijalva, 1985: 43-45). Y aunque la administración de Santa Fe en manos de agustinas duró poco tiempo (la dejaron en 1536), vino a ser uno de sus primeros ensayos de organización y educación que sería reproducido múltiples veces en todos los lugares donde evangelizaron.

Para 1534 el convento de la ciudad de México ya estaba en construcción y mantenía funciones; en él se quedaron Fr. Juan de Oseguera y el Venerable Fr. Francisco de la Cruz; el uno como predicador y el otro como Prior y Maestro de novicios. En este mismo año, el Padre de la Cruz, como cabeza que era de los demás frailes, creyó necesario juntar todos a modo de capítulo para comentar y dar solución a los problemas y cosas tocantes a las fundaciones. De este modo se reunieron en el convento de Ocuituco y dispusieron, entre otras cosas, la reubicación de los frailes para que todos tuvieran la experiencia de la misión y el aprendizaje de las lenguas indígenas (Grijalva, 1985: 47-50).

Para este tiempo ya planeaban los agustinos una misión más. La avanzada sería ahora en una zona “tan ardua y dificultosa como la primera, que por la aspereza de la tierra se llamaba vulgarmente la sierra” (Grijalva, 1985: 53), es decir, el noreste de la Nueva España, la zona otomí de la Sierra Alta que los llevaría hasta las Huastecas y que comprendió los actuales estados de Hidalgo, San Luis Potosí y el norte de Veracruz. A esta nueva ruta la llamará Ricard el avance septentrional (2010: 152).

No obstante, para llevar a cabo esta empresa era necesario más personal, pues incluso para lo extendidos que estaban ya hacia el sur se consideraban muy pocos. De esta manera, a principios de 1535 Fr. Francisco de la Cruz viajó a España para pedir el despacho de más frailes de su orden hacia el Nuevo Mundo. Ya en Sevilla le esperaban seis frailes que Fr. Tomás de Villanueva, a la sazón Provincial de Castilla, había dispuesto para enviar a la Nueva España. El Padre de la Cruz dispuso que éstos se adelantaran mientras él se dirigía a Castilla. Así partieron a principios de junio con Fr. Nicolás de Agreda a la cabeza (Grijalva, 1985: 53-57).

En Salamanca, con licencia de Fr. Tomás de Villanueva, el Padre de la Cruz escogió doce frailes más para llevar consigo en su regreso a América, entre los que destacan los nombres de Juan Bautista Moya y Antonio de Roa. Asimismo, se dio a la tarea de buscar en el ambiente universitario a un hombre que enseñara las Artes y la Teología a sus religiosos novohispanos, encontrando así al clérigo Alonso Gutiérrez, quien al tomar el hábito agustino será más conocido como Fr. Alonso de la Veracruz (Grijalva, 1985: 56-58). Todos juntos y bien dispuestos partieron de España, llegando a San Juan de Ulúa a mediados de 1536. Lamentablemente, Fr. Francisco de la Cruz llegó enfermo y murió a los pocos días de haber arribado a la ciudad de México (Grijalva, 1985: 66-68).

Tras este lamentable suceso, apremió la necesidad de volverse a juntar en capítulo, en el cual se designó como superior a Fr. Jerónimo de San Esteban de acuerdo a ciertas determinaciones traídas desde Europa. Asimismo, se determinó elegir a cuatro definidores que ayudarían en el gobierno y administración del Vicariato de la Nueva España, que aún dependía de la Provincia de Castilla aunque en la práctica gozara de bastante autonomía. Además, se acordó celebrar capítulo en las mismas fechas que en Castilla, nombrando a su vez a un vicario provincial provisional mientas el nuevo prior provincial español designaba uno definitivo (Grijalva, 1985: 74-75).

Pues bien, fue en este mismo capítulo donde se ordenó la evangelización de la Sierra Alta, para lo cual fueron designados Fr. Juan de Sevilla y Fr. Antonio de Roa. Asimismo, Fr. Alonso de Borja, quien dejaba la administración de Santa Fe, se encargaría de la conversión de los otomíes de Atotonilco el Grande. Los demás frailes fueron acomodados en las fundaciones ya establecidas (Grijalva, 1985: 75-76).

Las fundaciones de este llamado avance septentrional comenzaron con Atotonilco en 1536, al cual le sucedió Molango en el mismo año. Después “las fundaciones se suceden a un ritmo asaz regular” (Ricard, 2010: 153): así vamos a tener a Epazoyucan, Acolman y Zempoala en 1540; Actopan e Ixmiquilpan en 1550; Tezontepec en 1554; Acatlán en 1557; Chiapantongo en 1566; Axacopan en 1569; todas éstas en la región otomí. Y por otro lado, en el avance hacia la Huasteca: Metztitlán en 1539; Pánuco en 1540; Huauchinango en 1543; Huejutla y Tlalchinoltilpac en 1545; Pahuatlán en 1552; Xilitla en 1554; Chapulhuacán y Tantoyucan en 1557 (Ricard, 2010: 153-154; Rubial García, 1989: Apéndices, Cuadro XII).

En 1537 concluía el trienio provincial de Castilla, por lo que, de acuerdo a lo determinado un año antes, volvió a celebrarse capítulo en la Nueva España, en el cual resultó nuevamente electo como Vicario Provincial Fr. Jerónimo de San Esteban. En esta asamblea, para sorpresa de todos, se ordenó una nueva misión; esta vez la avanzada sería hacia el poniente, a la región de la Tierra Caliente michoacana. De esta manera se fundó un convento de enlace en Ocuila, un pueblo con dirección hacia Michoacán pero cercano a la ciudad de México por la parte de Toluca (Grijalva, 1985: 86-87; Ricard, 2010: 154).

Como vemos, la misión del poniente, que Ricard llamará avance occidental (2010: 154), es tan sólo un año posterior a la de la Sierra Alta. No obstante, el plan de ir directamente hacia la Tierra Caliente se vio temporalmente suspendido por la prometedora invitación que Juan de Alvarado hizo a su sobrino, el Padre Fr. Diego de Chávez y Alvarado, para que fuera con sus correligionarios a fundar convento a la cabecera de su encomienda, Tiripetío, a donde llegó casi inmediatamente acompañado de Fr. Juan de San Román (Leyva Granados, 2020). De este modo “tomaron posesión de la Doctrina y pueblo de Tiripetío por la casa primera solariega de nuestra provincia, y puerta y entrada para la predicación de tierra caliente”, como años más tarde escribía Fr. Diego Basalenque (1963: 34) considerando esta fundación como el origen de la futura Provincia Agustiniana de Michoacán.

En esta ruta de expansión la primera fundación sería, entonces, Tiripetío, en 1537; Tacámbaro sería la segunda hacia 1538. De ahí pasaron los agustinos directamente a la Tierra Caliente, fundando múltiples e importantes doctrinas como la Huacana y Pungarabato (hoy ciudad Altamirano, Guerrero).1 Así permanecieron hasta 1550, año en que se comenzaron a fundar los principales conventos michoacanos: Guayangareo-Valladolid; Cuitzeo y Yuririapúndaro; Charo, Copándaro y Huango también se erigieron como vicarías en ese mismo año. Jacona en 1552; Ucareo en 1554. En 1573 subieron hasta la Nueva Galicia fundando casa al año siguiente en Guadalajara. Después vendrían, en la misma zona, Tonalá y Ocotlán en 1575; y en ese mismo año también Zacatecas. Tzirosto, Chucándiro y Pátzcuaro, en 1576 (Ricard, 2010: 154; Jaramillo Escutia, 2002: 97; Rubial García, 1989: Apéndices, Cuadro XII). A partir de 1602, todas estas fundaciones pasarán a conformar la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán.

En gran parte, la expansión de los agustinos hacia las direcciones que hemos visto está relacionada con acuerdos establecidos entre éstos y autoridades como la Real Audiencia y distintos virreyes, lo cual se enmarca en un proceso de pacificación, apropiación y consolidación territorial español. “De esta forma, el avance agustino también puede ser visto como parte de [una] estrategia de control político y militar” (Cerda Farías, 2018: 3). En este sentido, podemos apreciar que de 1540 a 1548 “la orden privilegió la consolidación de las misiones en la Sierra Alta estableciendo una línea de siete conventos que desde México conectaban con esa zona” (Epazoyucan, Acolman, Zempoala, Pánuco, Huauchinango, Huejutla y Tlalchinoltilpac), consolidando así la conquista de un enorme territorio a través de su presencia entre los indígenas (Cerda Farías, 2018: 5-6).

Asimismo, el hecho de que durante el trienio provincial de Fr. Alonso de la Veracruz (1548-1551) se hayan privilegiado las fundaciones de la zona norte de Michoacán, conocida como el Bajío (con la fundaciones de conventos como Guayangareo, Charo, Cuitzeo, Huango, Yuririapúndaro, etc.), puede ser explicado por la difícil situación de los indios “chichimecas”, que representaban un serio problema en la expansión española hacia el norte, sobre todo en el asentamiento de los centros mineros de Guanajuato y Zacatecas. Así, la evangelización de esa zona que limitaba con el Río Grande (hoy Lerma), supondría el comienzo de la conquista de la llamada Gran Chichimeca (Cerda Farías, 2018: 7).

NOTAS
Este vasto territorio lo abandonarían los agustinos en 1568 tras la muerte de su principal evangelizador, Fr. Juan Bautista Moya. Bibliografía

Rubial García, Antonio, El convento agustino y la sociedad novohispana (1533-1630), (Serie Historia Novohispana /34), México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.

Basalenque, Diego, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, México, Editorial JUS, 1963.

Cerda Farías, Igor, “Los agustinos de la Nueva España en tiempos de Santo Tomás de Villanueva 1533-1555”, en: Campos, F. Javier, La Iglesia y el Mundo Hispánico en tiempos de Santo Tomás de Villanueva (1486-1555), (Colección del Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, no. 60), España, Estudios Superiores del Escorial, 2018.

Grijalva, Juan de, Crónica de la Orden de N.P.S. Agustín en las Provincias de la Nueva España, México, Porrúa, 1985.

Jaramillo Escutia, Roberto, “El Virreinato de la Nueva España”, en: Jaramillo Escutia, Roberto (Coord.), Huellas Agustinianas. Compendio de historia de la Orden de San Agustín para América Latina, México, Organización de Agustinos de Latinoamérica, 2002.

Leyva Granados, Patricia, “Fray Diego de Chávez y la arquitectura de la contemplación: Conventos de Tiripetío y Yuririapúndaro”, en Blog APAMI, México, 2020, disponible en: https://apami.home.blog/2020/11/25/fray-diego-de-chavez-y-la-arquitectura-de-la-contemplacion-conventos-de-tiripetio-y-yuririapundaro/ (Consultado el 08/12/2020)

Ricard, Robert, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572 (traducción de Ángel María Garibay K.), México, Fondo de Cultura Económica, 2010.